mos y dimos vueltas por la ciudad, además de estar muertos de sueño y cansancio, sin ningún lugar para reposar.
Durante el viaje en tren de 27 horas, en el que fuimos en segunda clase, pero mejor de lo esperado, con aire acondicionado y todo, pudimos dormir por primera vez en 2 días, pues ni Elena ni yo habíamos dormido el lunes en la víspera del viaje, y durante el vuelo solo llegamos a dormir un par de horas. En el tren pasaban continuamente gente ofreciendo comida, pero no nos atrevíamos a pedir, hasta que al final me harté y pedimos nuestras primeras samosas, geniales, y enseguida un menú completo buenisimo que tambien era vegetariano. El viaje la pasé básicamente durmiendo, pero el paisaje que pude ver las horas de ventanilla, acompañado de los cantos de un señor del compartimento de al lado, era prácticamente desierto, sólo con una especie arbustiva de acacia ocupándolo. Los trenes con los que nos cruzábamos, casi todos de carbón, eran interminables, quizás más de un kilómetro, como el nuestro. Conforme nos acercamos a Chenai, el paisaje fue cambiando un poquito, con un poco más de verdor, pero para encontrarnos en zona tropical el ambiente es muy árido y seco. En Chenai nos montamos en nuestro primer “ato” (taxi de tres ruedas), para ir a la otra estación de tren, y coger el de Pondicherry.
Durante el viaje en tren de 27 horas, en el que fuimos en segunda clase, pero mejor de lo esperado, con aire acondicionado y todo, pudimos dormir por primera vez en 2 días, pues ni Elena ni yo habíamos dormido el lunes en la víspera del viaje, y durante el vuelo solo llegamos a dormir un par de horas. En el tren pasaban continuamente gente ofreciendo comida, pero no nos atrevíamos a pedir, hasta que al final me harté y pedimos nuestras primeras samosas, geniales, y enseguida un menú completo buenisimo que tambien era vegetariano. El viaje la pasé básicamente durmiendo, pero el paisaje que pude ver las horas de ventanilla, acompañado de los cantos de un señor del compartimento de al lado, era prácticamente desierto, sólo con una especie arbustiva de acacia ocupándolo. Los trenes con los que nos cruzábamos, casi todos de carbón, eran interminables, quizás más de un kilómetro, como el nuestro. Conforme nos acercamos a Chenai, el paisaje fue cambiando un poquito, con un poco más de verdor, pero para encontrarnos en zona tropical el ambiente es muy árido y seco. En Chenai nos montamos en nuestro primer “ato” (taxi de tres ruedas), para ir a la otra estación de tren, y coger el de Pondicherry.
Conseguimos de chiripa montarnos en el último tren del día, y después de las últimas 3 horas de trayecto, despues de 60 horas contínuas de viaje, llegamos a la estación de Pondicherry, donde nos esperaba Pere con los brazos abiertos. Al fin en nuestro destino final, y felices con Pere, pero con el sentimiento de que este viaje alucinante no era más que un avance de lo que nos espera en la India.
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